Alguien dio la vuelta a la frase de Santayana en Vietnam y la ocurrencia se extendió entre los marines: <<Quien conoce su historia está condenado a repetirla>>. España conoce su historia —al menos la de los últimos cuarenta años—, y efectivamente, está condenada a repetirla el próximo domingo. El peligro, como demostró Vietnam en grado delirante, y de ahí la fortuna de la ocurrencia, es que la repetición no se suele conformar con reproducir los errores del pasado, sino que añade algún nuevo rasgo desconocido y doloroso del desastre anterior (siquiera el rasgo de la ironía cruel que la repetición comporta). ¿Habrá el 10-N una adición dañina inédita a lo acontecido el pasado 28-A? Ya la habido. El 10-N es ante todo la escenificación de un fracaso democrático. Cosa que ninguno de los cinco jinetes de cartel ha dicho, o no con vocación de titular. Y es que la única cosa en que se muestran de acuerdo es en la importancia, que elevan casi a imperativo categórico, de participar.
Para qué, cabría preguntarse, visto el uso que dan a esa participación. Y según el desarrollo de los debates electorales, mucho ha de cambiar en cuatro días la mentalidad de los jinetes para no repetir el fracaso negociador poselectoral. El más claro en este sentido ha sido Pablo Iglesias, que como buen socialista científico no deja de tener presente que toda política es realpolitik, y no ha esperado a conocer los resultados para advertir a Sánchez de la necesidad de unirse si quieren frenar a la derecha: <<Mírelos: ellos discuten pero luego se ponen de acuerdo>>. Habría que recordar a Iglesias que la voluntad de concordia hay que mantenerla al sentarse y ponerse a hablar, pues si hay alguien que se aferre inamovible a su posición inicial es él. La derecha, ante la derrota previsible, lo tiene más fácil: le basta con esperar y después oponerse en bloque o recoger los restos del naufragio. Ante un panorama así, hasta los votantes genéticos pueden decir esta vez no.
(El Norte de Castilla, 7/11/2019)
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